Pilar, ¡la primera mexicana!
Pilar nació un 18 de noviembre de 1939 en la Ciudad de México, en una familia en la que el deporte, en especial el tenis, era parte de su vida, por lo que no fue nada raro ni inesperado que tomara una raqueta antes de los 10 años y alimentara el sueño de sus padres, don Ángel, “el Güero”, y doña María, alimentado el sueño de verla convertirse en una exitosa tenista, sin embargo, el destino le tenía preparado otro camino.
Como muchos niños, para Pilar los cuentos y algunas novelas eran parte de su infancia, una de ellas fue la escrita por Alejandro Dumas, los Tres Mosqueteros, marcó tanto su vida que la raqueta se transformó en florete, la cancha en pista, y el ligero uniforme en otro que cubría completamente su cuerpo, su rostro incluido, con una careta que no dejaba, y no deja, apreciar los signos del esfuerzo.
La esgrima, ese deporte de reyes, técnico, elegante, preciso, se volvió parte de la vida de Pilar quien aprovechó lo aprendido con el tenis y lo usó a su favor en su nueva pasión donde rápidamente dio muestras de su calidad que la llevó, no solamente a convertirse en la mejor de México, sino destacar en el extranjero.
Era una jovencita con apenas 15 años cuando su nombre se incluyó en la lista de seleccionados nacionales para los II Juegos Panamericanos de 1955 que se celebrarían en la Ciudad de México con el plus de que no era la única de esa familia que competiría en la justa, también estaban, en un hecho inédito y, al parecer, único hasta el momento, con sus padres, él en esgrima también y ella, que ya había estado en los Centroamericanos del año anterior, en tenis, y aunque ninguno de los tres subió al podio, fue una experiencia inolvidable para Pilar.
Siguieron los Juegos Olímpicos de Melbourne, en Australia, en 1956, y Pilar logró ganar un lugar en la Delegación, de hecho fue la única mujer en un equipo de sólo tres representantes, y con 16 años fue semifinalista. Aunque tampoco llegó al podio, regresó a México con la enorme satisfacción de haber derrotado a la campeona, la británica Lillian Scheen.
La buena posición económica de su familia permitió que su propio padre financiara el fogueo internacional que Pilar necesitaba si quería crecer en ese deporte en el que, las mejores, estaban en Europa, y hacia allá encaminaron sus destinos. Los resultados fueron demostrando que la decisión había sido la adecuada, la técnico de la joven esgrimista mexicana mejoraba.
Entonces llegaron los Centroamericanos de Caracas 1959, donde ganó bronce individual y plata por equipos, los Panamericanos ese mismo año, coronándose también campeona, y los Olímpicos de Roma 1960 a los que llegaba con la experiencia suficiente pero, tal vez, aun no del todo lista para el podio. Pilar tuvo el gran honor de desfilar como abanderada y no decepcionó ya que fue finalista, séptima en su debut, así que eso era una muestra de que vendrían resultados aún mayores.
Por cierto, Pilar fue, en aquella cita, la segunda mujer abanderada de la Delegación Nacional, la anterior también había sido una esgrimista, Eugenia Escudero, en Los Ángeles 1932 y, por si fuera poco, eran las únicas, hasta ese momento, seleccionadas olímpicas en ese deporte.
Pilar había decidido, desde el principio, y quizá muy inteligentemente, que el deporte no la alejaría del resto de su vida, disfrutaba el deporte, pero deseaba otras cosas, y no las dejó, las combinó, ¡vaya decisión en ese momento!
La joven esgrimista se casó con Edgar Giffering, empresario, después de su participación en Roma y al siguiente año, 1961, debutó como mamá, nació Edgar Junior, y ese hecho que se hubiera convertido en el mejor de los pretextos o justificaciones para dejar el deporte, obligó a Pilar a organizar sus tiempos para poder cumplir con todas sus actividades, lo que, ella misma lo ha declarado en más de una ocasión, jamás hubiera logrado si no hubiera contado con el apoyo total de su esposo.
Al año siguiente, 1962, gana plata individual y oro por equipos en los Juegos Centroamericanos de Kingston, Jamaica y en 1963, el mundo recibe una noticia tan importante como controvertida: la Ciudad de México sería la sede de los Juegos Olímpicos de 1968, lo que alimentó de una manera incomparable los sueños de todos los deportistas mexicanos que desde ya se veían en esa competencia, Pilar entre ellos, por supuesto.
Unos Olímpicos en su país, es una oportunidad que pocos tienen. Junto con esa noticia, Pilar se convertía, por segunda ocasión en madre, con Ingrid, pero su deseo deportivo no disminuía y mucho menos cuando al siguiente año, 1964, estaban nuevamente los Juegos, ahora en Tokio, sin embargo, por una decisión de la que la propia Pilar nunca recibió una explicación lógica, el General José de Jesús Clark Flores, entonces titular del Comité Olímpico Mexicano, decidió que ningún esgrimista representaría al país en esa cita porque, según él, carecían de nivel.
Pilar no solamente había sido ya finalista olímpica y medallista centro y panamericana, sino que, incluso, como parte de su programa de fogueo internacional, se había convertido en campeona del Abierto de los Estados Unidos, lo que no era nada fácil de conseguir.
Así que, ante esa decisión, ella tenía dos opciones: retirarse o replantear sus objetivos hacia México 68, y optó por la segunda.
Con sus hijos un poco más grandes, y el completo apoyo de su marido, Pilar continuó con sus entrenamientos y competencias con más determinación que nunca, con el objetivo de ganar una medalla, con el deseo de disfrutarlos y de demostrarle a sus familiares, amigos, compatriotas y, dos que tres dirigentes mexicanos que no creían en ella, que podía conseguir lo que ninguna otra mujer mexicana, hasta ese momento: subir al podio de Juegos Olímpicos.
El delegado del equipo de esgrima era su padre, Ángel Roldán, el húngaro Bela Balogh el entrenador nacional, y de los 14 esgrimistas seleccionados, cinco eran mujeres, entre ellas las hermanas Roldán, Pilar y Lourdes; y de todas ellas la que llegó a la final fue Pilar, con casi 29 años de edad, casada y madre de dos hijos.
El momento, la oportunidad y el compromiso eran incomparables, Pilar había trabajado años para ese día y sus emociones chocaron, entre presión, deseo, determinación, quizá una pizca de miedo y coraje, de tal forma que estallaron en lágrimas que supo controlar y convertir en un “voy por el triunfo”.
La jornada de aquel 20 de octubre, en una maravillosa Sala de Armas de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca, avanzó hasta quedar las seis finalistas, con una orgullosa mexicana entre ellas cuyos pequeños apoyaban desde las gradas, tal vez sin mucha consciencia de lo que su joven madre estaba por conseguir, pero si convencidos de que ella era la mejor.
El formato fue round robin, todas contra todas, así que cada victoria, cada toque, era determinante. La campeona mundial, la soviética Alejandra Zabelina ya estaba fuera de la competencia así que era una fuerte rival menos. Pilar inicia con dos derrotas, la primera ante la también soviética Elena Novikova, y la segunda frente a la campeona defensora, la húngara Ildikó Ujlaki-Rejto, pero se repone y enciende las gradas al derrotar a otra representante de la entonces URSS, Galina Gorokhova, quien había sido cuarta en Tokio 1964, y a la francesa Brigitte Gapais, tres victorias que la acercaban, sin duda, al podio!
Pero faltaba una, la sueca Kerstin Palme, con el que subía o baja del podio, la tensión flotaba en el aire, las porras eran para la mexicana, para Pilar que no tenia intenciones de defraudar a nadie, mucho menos a ella, y tampoco de darles la razón a los directivos ciegos.
El combate final contra Palme no fue fácil, se empató en dos ocasiones pero la victoria finalmente fue para la europea, en ese momento Pilar no tenía claro en qué lugar había quedado y, de hecho, ni siquiera sabía si estaba o no en el podio, el público tampoco, hasta que finalmente en la pantalla se anunciaron los lugares oficiales, los nombres de las medallistas olímpicas y entre ellos estaba Pilar Roldán de México con plata, por diferencia de toques con Palme, porque ambas habían terminado con tres victorias y dos derrotas.
Era una medalla que golpeaba en el rostro de quienes habían dudado de ella, pero que hacían grande, muy grande, su determinación, su sueño, que no solo no opacó con sus otras obligaciones, sino que las complementó, y se convirtió, así, en un ejemplo para su familia, sus hijos, y para todas las mujeres mexicanas.
Pilar Roldán, subcampeona olímpica, primera medallista Mexicana, única en Esgrima hasta hoy.
Ella ha dicho que se tardó 14 años en llegar al podio, yo digo que se tardó toda la vida, porque cada una de las experiencias que tuvo, de los ejemplos que siguió, de las decisiones que tomó, de las alegrías que disfrutó y derrotas que lamentó, la llevaron a ese 20 de octubre.
Marzo, mes de nosotras.
Betty Vázquez es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM, con experiencia en Periodismo Deportivo por más de 20 años y coberturas en Juegos Olímpicos, Paralímpicos, Mundiales, Panamericanos y Centroamericanos.