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Julio César Chávez y ‘Azabache’ Martínez hacen vibrar a sinaloenses

 
Pasaditas las nueve y media de la noche salió del vestidor, Mario “Azabache” Martínez lo esperaba sobre el ring, vestido de negro y con mirada desafiante, como aquel lejano 13 de septiembre de 1984 en Los Ángeles, cuando un desconocido Julio se convirtió en campeón mundial, para sorpresa de muchos.
 
Las notas de “México lindo y querido” retumbaron en el Revo y la algarabía estalló, las cámaras y los celulares siguieron el recorrido de Julio César Chávez hasta el cuadrilátero.
 
El “Gran Campeón Mexicano” levantó un puño y saludó al público apenas subió al ring, luego se dirigió hacia donde estaba doña Isabel, su mamá, y le lanzó un beso.
 
Como en aquellas memorables noches en sus tiempos de campeón, Julio vestía un short tricolor, y a su lado, Miguel Molleda estaba pendiente de todo lo que necesitara.
 
Antes de empezar la pelea, el llamado Azteca Team, integrado por Carlos Aguilar, Rodolfo Vargas y Eduardo Lamazón, tomó la voz en el sonido ambiente para rememorar aquel enfrentamiento de 1984 entre los dos peleadores que ahora se veían frente a frente sin encono, pues el hambre de triunfo ya había quedado en el pasado.
 
Cuando el campanazo inicial sonó, los gritos hicieron vibrar el inmueble, y la ola expansiva impulsó a los dos contendientes hacia el centro del ring.
 
Cada golpe conectado, cada quiebre de cintura, cada chispazo de boxeo, era vitoreado en las gradas; y Omar volvía a gritar “¡venga apá, el gancho!” desde la primera fila.
 
A final de cuentas sólo fueron tres rounds, y mientras Julio y el “Azabache” se fundían en un abrazo, el grito de “¡Chávez, Chávez!” volvía a estallar en las gargantas de los culichis y se entremezclaba con las notas de “El Sinaloense”.
 
Chávez tomó el micrófono para agradecer a los asistentes que hayan apoyado ese evento, cuyo objetivo era recaudar fondos para su fundación, y así ayudar a niños y jóvenes con problemas de adicciones.
 
Después se dirigió otra vez hacia donde estaba su mamá, y recargado en las cuerdas le manifestó su felicidad por tenerla ahí, en la arena, por primera vez presenciando uno de sus combates. “Mamá, te quiero mucho”, soltó, y se despidió del público.
 

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