Sábado y domingo pocos recordaron que los Juegos Olímpicos se desarrollan en la turística ciudad brasileña, el ritmo de vida fue exactamente como cualquier otro fin de semana, salvo que los turistas eran de mayor cantidad de países diferentes.

Los días fueron ideales, en el cielo azul de Río de Janeiro no había ninguna nube, solo el Sol brillaba y daba un calor de nomás de 24 grados centígrados, condiciones que permitieron a los bañistas asistir en gran número a las playas de Copacabana, Ipanema y Leblón, las más famosas de la ciudad.

En las calles de los tres barrios no hay prácticamente nada referente a los Juegos Olímpicos, muy pocos pendones y en algunos restaurantes pizarrones con promociones invitando a los comensales a ver por televisión las transmisiones por televisión, no más.

Sobre el malecón, salvo la zona donde está instalado el estadio de volibol de playa, varios voluntarios uniformados atendían al público y medios de comunicación, pero a unos cuantos metros, en la playa, la gente se divertía jugando en la arena futbol y volibol.

Otros más simplemente tomaban el Sol, tomaban una bebida y algunos otros, entraron al mar, mientras en la calle el movimiento era constante, en el carril de bicicletas, circulaban ciclistas, gente, paseaba en patines y patinetas.

Vendedores ambulantes ofrecían pinturas de la ciudad, en diferentes tamaños, muchos otros tenían a la venta toallas y mantas, prácticamente todas con referencias de Río de Janeiro, ninguno de los Juegos Olímpicos, salvo algunas camisetas.

En el mar de gente caminando por el malecón se escuchaban diversos idiomas y también se daban su tiempo para pasear, deportistas de diferentes países, muchos de ellos uniformados otros solamente con su gafete que los acreditaba como participante de unos Juegos Olímpicos que parecía que no se celebraban en las playas de Río de Janeiro.