Columna

El ‘Charly’ y sus frases legendarias

 

Y en tiempos pasados, cuando el Internet apenas evolucionaba, aún resultaba más dura la labor, en el caso de los cronistas deportivos de la localidad franqueábamos largas jornadas de actividades, recrudeciéndose los fines de semana, cuando la acción en los campos estaba en su apogeo, y por si fuera poco, los pendientes crecían con la llegada de la Liga Mexicana del Pacífico.

 

Me acuerdo muy bien de aquellos trajines: el turno empezaba con la reporteada matutina para en la tarde llegar a escribir al periódico y posteriormente arrancar a todo tren, lo más temprano posible, hacia el estadio, primero al “Héctor Espino” –a quienes nos tocó- y después al “Sonora”, a tratar de realizar entrevistas a los jugadores de casa o bien “agarrar” algún pelotero destacado de los visitantes.

 

Por lo general, en caso de que no hubiera algo especial, me quedaba unas tres o cuatro entradas, eso sí, anotando el box score a puño y letra sin perder ningún detalle para después realizar la crónica del encuentro. Tras pasar casi la mitad de las acciones regresaba a las instalaciones del periódico a redactar las entrevistas –algunas entraban en esa misma impresión y otras quedaban listas para la siguiente- y escuchar en la radio, o ver por la televisión, el final del duelo.  

 

También, además de estar al pendiente de los Naranjeros de Hermosillo, había que monitorear el resto de las plazas de la LMP en espera de los resultados para concluir con un exhausto, pero muy común día de chamba, en estas cargadas fechas dentro del quehacer de una sección deportiva.

 

En mi paso por las salas de redacción de los periódicos El Independiente, Cambio Sonora y Expreso, recuerdo, principalmente, cientos de veladas otoño-invernales entre octubre y febrero con un ojo al gato y otro al garabato.

 

Concretamente hablaré de aquellas noches de cierre de edición entre el 2002 y el 2007 cuando me tocó ser reportero deportivo del tabloide Cambio Sonora –entrándole de emergente por Allan de la Rosa Salazar quien emigró a El Imparcial- dándole cobertura a la nota local y por supuesto a las temporadas completas de los Naranjeros alternándome en distintas épocas con Carlos Torres Bujanda y Luz Enríquez Rodríguez.

 

El editor en jefe era Alejandro Sahagún Ávalos, también colaboraba Salvador Ulises “Chava” Gutiérrez Ruelas, quien aunque era el responsable de la sección Ciudad del Sol, no dejó de publicar su columna “Tiempos Extras”, además, completando el staff, estaba Carlos Oceguera Gutiérrez, en el puesto de coeditor.

 

Conformábamos un excelente cuerpo informativo de pies a cabeza, sin embargo, como lo decíamos al principio, habría que tener un fuerte amor hacia el deporte para aguantar las correrías y desveladas causadas por la pelota invernal mexicana, no obstante, el ambiente en la redacción hacía flexible el momento.

 

Ahí estaba, como un jinete sobre un rozagante corcel, el Carlitos Oceguera sentado en una de esas silla de oficina, muy cerca de la entrada de la redacción, siempre con el televisor portátil encendido, en el cual sintonizaba el juego de pelota de los anaranjados, o bien algún partido de la Liga de Futbol Mexicano estelarizado por sus queridos Águilas del América e incluso una que otra telenovela.

 

Sus inseparables compañeras, el par de muletas, yacían colocadas a un lado del escritorio, que hacía esquina con la pared, en donde existía un vidrio y detrás del mismo estaba el departamento de diseñadores, quienes también esperaban, con muchas más ansias, el término de la edición.

 

Mientras transcurría el desafío de beisbol el “Charly” le tundía vigorosamente al teclado, y de repente sacaba la regla de metal para pegarse en la palma de la mano izquierda pero sin dejar de echar la comenta con un servidor, hablando de tantos temas deportivos, mezclados con un mundo de chascarrillos, y de repente entraba la amena “carrilla” diaria.

 

Era tan espontánea nuestra relación de amistad, que me daba el lujo de sacarle curas al por mayor, aunque curiosamente quien más reía de esa situación era él mismo, inclusive, en contadas ocasiones, empezaba a hacer unos ruidos extraños con la boca para llamar mi atención.

       

Enseguida gritaba a los siete vientos: “¿Qué pasó chavalo? no me has dado ‘carrilla’ hoy…ándale, empiézale ya”, “Es más voy a escribir el ‘Disparate de Salida’ para que no te lo pierdas y lo leas”, decía en referencia a la columna de su autoría que en realidad tenía como título “Disparo de Salida”. 

 

Y simultáneamente, ya con el rostro rojo como tomate, por estarse aguantando la risa por mucho tiempo, soltaba una tremenda y sonora carcajada tan contagiosa como su forma de ser: franca, sincera, campechana.

 

Así demostrábamos nuestra simpatía, de una manera muy peculiar, y tanto uno como el otro aprovechábamos la “recta al centro” para hacer justo en el momento oportuno el chiste y pegar el jonrón.

 

Las frases del “Charly” estaban llenas de una pimienta, chispa e ingenio inigualable, las cuales primero se establecieron como el pan de cada día en la redacción de Cambio Sonora para después traspasar fronteras y allanarse en el vocabulario coloquial de varios periodistas deportivos de nuestra capital.

 

Tanto así que en cada ocasión en la cual coincidimos el “Chava” Gutiérrez y yo, nos saludamos con el clásico ¡“Chavaaaaloooo”!, ¡“Déjalo”!, “Cabezas Explicativas” (aplicada cuando el encabezado de una nota era demasiado largo) o “Para qué sirves”…. Apenas unas pocas de las usadas por el Carlitos, y repetidas miles de veces por nosotros mismos y otros compañeros de la prensa.

 

Hoy en día, con la triste partida de Carlos Oceguera, se me vienen a la mente cientos de recuerdos, y máxime esos dichos que trascendieron y de seguro seguirán escuchándose por años en las redacciones de los medios de comunicación locales, seas o no de la sección deportiva.

 

Tras conocer la desconsolante noticia el mero 25 de diciembre hablé con varios colegas, incrédulos platicábamos sobre la muerte del Carlitos, pero todos coincidimos que siempre vivirá en nuestras memorias, uno de ellos fue Eugenio “Chino” Madero, quien para los que no lo saben, le abrió la puerta al “Charly” en los medios de comunicación a finales de los noventa gracias a un suplemento de la Copa Mundial de Futbol Francia 98 en el Cambio Sonora.

 

Fueron tantas y tantas anécdotas que podríamos llenar un cúmulo de páginas, todas ellas constantemente aderezadas con el buen humor, es más, muy pocas veces recuerdo el rostro del Carlitos serio o adusto, la risa lo acompañaba, inclusive aquella vez cuando su caricatura, que escoltaba la columna de “Disparo de Salida”, salió publicada, por error, de una manera cómica.

 

Unas de las virtudes del Carlitos eran la paciencia y la imperturbabilidad, y aunque muchos de nosotros pensamos entraría en cólera por el chascarrillo que se salió de control, al contrario, apelando a su conducta sin par, sólo atinó a soltar la risotada. Y pese a que el periódico optó por despedir al diseñador involucrado en el caso, de su parte nunca hubo una reprimenda ni nada por el estilo.

 

Uno de los pasajes que más recuerdo, y mayormente porque fue en estas fechas, es cuando me tocó, por azares del destino, ser quien le obsequiaría un regalo en el intercambio de Navidad ¡Perfecto! Como dicen se me puso de “pechito” la oportunidad y no iba a desaprovechar la ocasión de jugarle otra broma. Ya me frotaba las manos.

 

Curiosamente la reunión tuvo lugar en su casa, en donde nos esperaba ansioso; puntuales llegamos a la cita, y al momento de entregarle el presente, todos los compañeros rieron sin cesar pues obviamente imaginaban que vendría algo humorístico.

 

Entonces le doy una pequeña caja y le digo: “Chavalo para asegurar tu entrada temprano a la chamba”, enseguida, y por arte de magia, los ojos del “Charly” brillaron pues rápido vislumbró un reloj de pulsera pero al abrir el cartón ¡Vaya sorpresa la que se llevó!

 

Casi en lágrimas, por la risa que tenía, tomó entre sus manos la máscara del legendario luchador mexicano “Octagón”, la cual contenía el envoltorio, y sin parar de disfrutar del momento chusco, pues todavía prevalecía el ataque de carcajadas, le cedo el verdadero regalo, un suéter, que muy contento se probó encima de la ropa mientras cubría su rostro con la tapa del “ninja mexicano”.

 

Tiempo después le reclamé el por qué nunca lo había visto con aquella prenda puesta, y obviamente le dije esbozando una sonrisa: “Pero la máscara la has de usar muy seguido ¿no? Esa sí te la pones. Estoy seguro que te gustó más”…. Al segundo sonó la incomparable carcajada del Carlitos dando por hecho lo pensado por un servidor.

 

Entonces el Oceguera suelta al aire: “Chavalo estaba mucho mejor que el suéter ese que me regalaste, debió de haber sido el regalo principal, la regaste”, y coronamos aquel preciado instante con otra cadena de risas sin parar, como dicen “nos agarró el tonto”.

 

Tras el cierre de Cambio Sonora, ya fueron pocas las veces en las cuales pudimos conversar cara a cara como lo hacíamos en la redacción del diario, sin embargo, cuando nos encontrábamos, ya sea en una reunión deportiva o en el ajetreo de la calle, el saludo era cordial, claro y efusivo.

 

Esporádicamente teníamos contacto telefónico y por redes sociales para despejar dudas sobre algún comunicado o para la invitación a un evento de la Comisión del Deporte del Estado de Sonora, pues él regresó varios años después al puesto de editor deportivo de El Sol de Hermosillo –antiguamente Cambio Sonora- cargo que desempeñó hasta el día final de su vida.

 

La última vez que lo vi en persona fue en un conocido restaurante de mariscos de la ciudad, en donde coincidimos y de hecho nos tomamos algunas fotos, y para rematar el encuentro hablamos de deportes, de las inmortales remembranzas cuando fuimos compañeros, y de las peripecias en el ámbito, tanto de nosotros como de los colegas y amigos. 

 

En septiembre pasado tuve la última conversación con él, vía celular, la cual se extendió por cerca de dos horas porque teníamos bastante tiempo de no platicar. Sin saberlo resultó una despedida a la altura como acostumbrábamos hacerlo en nuestras charlas: llena de risas, “carrilla”, anécdotas, aventuras periodísticas, y especialmente, recordando aquellas noches inolvidables de mucha chamba y momentos amenos en plena redacción.

 

Arturo Llanes Reyes tiene 21 años en la crónica deportiva. Especializado en prensa escrita con experiencia en radio y televisión.

Twitter: @arturollanes

 

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