Columna

¡Cuando correr verdaderamente cambia la vida!

 

Tengo que confesar que desconocía la existencia del fondista sudanés, naturalizado estadounidense, Lopez Lomong, di con ella por casualidad y conocer su historia me tocó el corazón, me atrapó y me hizo llorar. Cada uno de los deportistas africanos, muchos de ellos atletas, llegan a países de Europa o a Estados Unidos con una historia detrás, la de Lopez no es única, pero es increíble.

 

Yo buscaba la historia de un niño que tuviera que ver con los Juegos Olímpicos, y la encontré…

 

Lomong fue abanderado de la Delegación estadounidense en los Juegos de Beijing 2008, no había ganado ninguna medalla ni olímpica ni mundial, de hecho aún no las consigue, pero su elección respondió a que nadie, aún con las tremendas figuras que eran parte de ese impresionante grupo de 588 deportistas, entre ellos Allyson Felix, Sanya Richards, LaShawn Merritt, Kobe Bryant, Lebron James, Michael Phelps, Rebecca Soni, las hermanas Serena y Venus Williams, Steven López, en fin, ninguno de ellos y ellas fueron capaces de transmitir a sus compañeros el significado de la lucha, la perseverancia y la esperanza.

 

Él nació a casi 13 mil kilómetros de distancia de Estados Unidos, en Kimotong, Sudán del Sur, cuya guerra terminó, oficialmente, después de décadas, apenas el año pasado, pero que pasó de un conflicto civil entre el Norte y el Sur, a otro interno de tipo étnico, que no se ha podido detener aún después de la Independencia de esa nación…

 

Pocas oportunidades, enfermedades, cero escuela, incertidumbre, amenazas constantes de perder la vida en un ataque… así transcurrieron los primeros seis años de vida de Lopepe, su nombre original que en Swahili quiere decir “rápido”; así hasta que a esa edad, fue arrancado de los brazos de su madre, cuando salían de una iglesia, un domingo, por militares que secuestraban niños para convertirlos en soldados.

 

Llegó a un campo de concentración militar en el que no estuvo mucho tiempo porque, por fortuna, y de forma que aún hoy él mismo no es capaz de explicárselo, tres chicos más grandes que él se lo llevaron para escapar, ellos lo conocían, pero Lopez no, aun así se fue con ellos porque, ¿qué podía ser peor?

 

Por tres días corrieron, descalzos, sin comida, ni agua, casi sin descanso por miedo a ser atrapados y asesinados, con el deseo de regresar a sus casas en Sudán pero lo que resultó fue que llegaron a un campo de refugiados en Kenia, de donde, al poco tiempo, aquellos tres “ángeles”, como Lopez les llama, desaparecieron sin más, mientras que él permaneció ahí… diez años.

 

Durante toda una década nada supo de su familia, dio por muertos a sus padres porque, dijo, era más fácil para continuar; no tuvo forma de regresar, compartió una tienda con varios niños, de varios países, algunos con idiomas que no entendía, comían poco, a veces teniendo que buscar completar su escasa dieta con alimentos que rescataban de la basura, pero estaban resguardados de la guerra.

 

Recibía educación, aunque era complicado contar con cuadernos y lápices, mucho menos libros, y jugar futbol se convirtió en la mejor manera de encontrar un refugio al dolor, al abandono, a la más terrible incertidumbre de lo que sería el resto de su vida, aunque siempre tuvo claro que algo quería hacer, algo positivo, algo bueno, algo que le permitiera salir de ahí.

 

Después de aquellos tres días en los que corrió y corrió para salvarse, correr se convirtió en parte de él,  no dejó de hacerlo, se sentía libre, corría porque podía, corría porque era el pase que habían establecido para entrar a la cancha y jugar futbol y así, corriendo, un día llegó a la casa de un granjero que le dio trabajo, no era mucho, pero lo hacía sentirse útil.

 

Cuál sería su sorpresa cuando sus amigos del campo de refugiados lo invitan a ver los Juegos Olímpicos, estaban en el 2000, eran los de Sydney, pero en ese momento, Lopepe no tenía la menor idea de qué era eso, pero se les unió, y los fueron a ver en una pequeña televisión blanco y negro, conectada a la batería de una camioneta, en la casa del granjero al que le trabajaba.

 

Todos pagaron, Lopepe incluido, y lo que le tocó ver fue la final de los 400 metros planos varonil, le tocó ver a un hombre negro, con una playera que decía USA, corría en un espacio totalmente desconocido para él, corría, pero no entendía por qué o para qué, sin embargo esa imagen le cambió totalmente el sentido a su vida.

 

Minutos más tarde ese mismo hombre lloraba, un hombre negro que había corrido, lloraba al recibir un pedazo de metal… todo era nuevo para aquel joven que tenía, entonces, 14 o 15 años… el hombre que lloraba era Michael Johnson.

 

Los días en el campo de refugiados pasaban sin mayores cambios, comer poco, correr mucho, jugar futbol, buscar en la basura una vez a la semana algo más que llevarse a la boca; así habían pasado años. Hasta que un día les comunicaron que la oficina encargada de la Naciones Unidas y el gobierno de las Estados Unidos llevarían a cabo un programa para enviar a América a niños y jóvenes con familias que los quisieran adoptar… los niños perdidos tendrían la oportunidad de encontrar un futuro, una vida, una familia.

 

Tendrían que escribir un ensayo, en inglés, contando su historia y explicando por qué deseaban ir a EEUU, lo que significó todo un reto para Lopepe, que superó con ayuda de algunos más adelantados en ese idioma. Llegaron varias listas hasta que algunos meses después llegó la que tenía su nombre y su destino: Lopez Lomong, Tully, en Nueva York.

 

Sin más ropa que la que traía puesta, sin equipaje, sin hablar inglés, o muy poquito, y sin saber ni a dónde ni con quién iría, pero convencido de que sería mejor de lo que tenía en ese momento, Lopepe viajó de Kenia a EEUU en un vuelo por Asia, con escala en Beijing, hasta Nueva York, con todo lo que las múltiples escalas implicaron, sin comer mucho por miedo a que lo tuviera que pagar porque no llevaba dinero, en fin, saliendo de un mundo, para llegar a otro totalmente diferente.

 

Y en Nueva York, los Roberts estaban esperándolo, como si se tratara del hijo que se había ido de viaje para estudiar, que regresaba un par de años después, como si lo conocieran de toda la vida, sus nuevos padres lo recibieron, besaron y abrazaron, y su vida cambió, de tal forma que le costaba entender, que le daba miedo despertar un día con la noticia de que ese no era su lugar y que tenía que regresar a Kenia.

 

Nada de eso ocurrió, sus talentos en el atletismo fueron descubiertos y apoyados, su nueva madre no se dio por vencida por nada y trabajó todo lo que pudo para que consiguiera un título universitario, y le ayudaron para reunirse con otros sudaneses que estaban también en la zona de Nueva York.

 

En el inter, sus verdaderos padres reaparecieron, lo que fue un total vuelco en el corazón, en el alma, en la cabeza; lo tomó por sorpresa. Sus nuevos padres le ayudaron para que visitara a sus padres originales, y no fue fácil, especialmente a su madre, explicarle por qué no era ya posible quedarse con ellos.

 

Aquella imagen de Michael Johnson se grabó en su memoria, sin entonces entender mucho, supo que él quería, algún día, de alguna forma, hacer algo parecido, y ya estaba cerca, había elegido estudiar en la Universidad de Arizona por el programa de Atletismo, ya había estado en Beijing, fue una de las escalas del largo viaje, pero ahora deseaba regresar para competir así que no, por donde se viera, regresar con su familia, que ya se había mudado a Kenia, era innegociable.

 

Pero sabía también que lo que estaba consiguiendo con el deporte, con el atletismo, le tenía que ayudar para que él, a su vez, buscara la forma de mejorar la vida de quienes continuaban en Sudán, de niños y niñas sin escuela, sin agua potable, sin oportunidades.

 

Y entonces llegaron los Juegos Olímpicos, Lomong dio la marca en los 1,500 metros, y la elección del Abanderado se hizo por votación de todos los deportistas, Lomong ganó e incluso fue llamado por el coach del Dream Team de ese año, Mike Krzyzewski, para que les contara a todos sus jugadores, su historia.

 

Lopez Lomong se graduó en Hotelería, desea ayudar a su país con turismo; creó una Fundación por medio de la cual colabora para que en Sudán haya más educación, más agua limpia, más salud, mejor alimentación; sus dos hermanos menores han sido ya también acogidos en otra familia de EEUU, y sus padres, los Roberts, adoptaron a varios sudaneses más.

 

En junio próximo será el selectivo de pista y campo de Estados Unidos, y Lopez Lomong desea estar en sus terceros Juegos y pelear esa medalla que tanto desea, ahora en los 5,000 metros.

 

Hace ya 30 años lo separaron de su madre, y sacó fuerzas de su fe para nunca quedarse acostado sin hacer nada, si gana medalla en Tokio le habrá agregado un elemento más a esta historia que es digna de un guion cinematográfico, pero si no, será lo de menos, verlo correr con toda esta historia detrás es ya una victoria simplemente increíble.

 

La historia es un cambio en más de una vida, en más de una familia… supongo que los  selectivos de junio tendrá ahora un atractivo más.

 

Por cierto, Lomong tuvo ya la oportunidad de estrechar la mano y platicar un poco con el mismo Michael Johnson quien cuando lo conoció le dijo: “sé quién eres y conozco tu historia”.

 

Y como les dije, buscaba la historia de un niño contactado con los Olímpicos… ¡y aquí está!

 

Betty Vázquez es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM, con experiencia en Periodismo Deportivo por más de 20 años y coberturas en Juegos Olímpicos, Paralímpicos, Mundiales, Panamericanos y Centroamericanos.

 

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