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¡Arriba Esperanza! A 50 años de la hazaña olímpica

 

“¡Arriba Esperanza!” escuchó claramente el joven de 19 años de edad –con una altura de 1.73 metros y un peso de 70 kilogramos- y al voltear a ver de quién era aquella voz, que le sonaba familiar, esbozó una cómplice sonrisa como cerrando un trato anteriormente puesto en la mesa.

 

A unos cuantos metros, ubicado en un asiento privilegiado pues su pupilo estaba a punto de ver acción en los Juegos Olímpicos México 1968, estaba Manuel Vázquez Hernández, con las dos manos alrededor de su boca formando una especie de bocina, para seguir lanzando a los cuatro vientos esa frase que calaba duro tanto en el entrenador como en el atleta.

 

“Ese momento nunca lo voy a olvidar debido a que estaba ahí exactamente en el instante en el que Carlos emprendería la carrera, mi sueño estaba por hacerse realidad y segundos después se hizo… algo que acaricié desde que terminé mi carrera como profesor de Educación Física en 1963”, dijo don Manuel Vázquez vía telefónica desde la comodidad de su hogar en Esperanza, Sonora.

 

El decano entrenador, hoy de 79 años de edad, recuerda como si fuera ayer aquel mágico momento que vivió a la par con Carlos Castro, sin embargo, en esta ocasión, su corazón latió más fuerte al remembrar que este año se cumple exactamente medio siglo de ese lapso inolvidable en su trayectoria deportiva.

 

“La exclamación de ‘Arriba Esperanza’ era el sello que daba fe a que el sueño era una realidad… lo hice cuando el equipo pasó a formarse en los carriles, estaba casi frente a ellos, entonces Carlos volteó inmediatamente tras escuchar ese grito; no lo podíamos creer ahí estábamos en medio de esa fiesta deportiva que unió a todo México con el mundo pese a los momentos de tensión vividos días antes por la matanza del 2 de octubre”, agregó.

 

Don Manuel hizo el viaje ese día al Estadio Olímpico acompañado por Rodolfo “Pelón” Valenzuela -un entrañable amigo suyo y también apasionado del atletismo, quien lució como deportista en sus años mozos- pues ambos querían ver a Carlos de cerca en esa fastuosa jornada. Cabe señalar que los dos boletos fueron proporcionados por el mismo Castro Sedano.

 

“En la eliminatoria lograron pasar a la siguiente ronda pero días después quedaron muy cerca de calificar a la semifinales, aunque eso era lo de menos, ya habíamos conseguido algo que nadie nos iba a quitar”, dijo el ex entrenador mientras suelta una sonora carcajada por teléfono.

 

Donde surgió todo

 

Entre 1959 y 1963 Vázquez Hernández estudió Educación Física en Hermosillo bajo la supervisión de la legendaria maestra Zoila Reyna de Palafox, y al momento de concluir la etapa de aprendizaje, sucedió algo que podríamos decir dio paso a ese himno de ¡“Arriba Esperanza”!

 

“Cuando terminamos el magisterio se nos preguntó a los alumnos que cual era nuestro sueño… todos contestaron cosas distintas, y cuando me tocó a mí no lo pensé mucho y dije: ‘tener un atleta en los Juegos Olímpicos’.

 

“Eso causó risa entre mis compañeros que lo vieron como algo imposible, fuera de todo contexto, tiempo después aproximadamente cinco años, lo logré al lado de Carlos, no sin antes tener una dura etapa de entrenamiento y cientos de peripecias. Todo empezó a irse para arriba cuando impuso récord juvenil en los 400 metros”, agregó.

 

Una de los obstáculos con los que se toparon fue el ser de provincia, ya que en aquellos tiempos el centralismo imperaba y el deporte no quedaba fuera de ese favoritismo para los nacidos en el Distrito Federal y puntos circunvecinos.

 

El profesor Vázquez lo sintió en carne propia pues tanto él como el resto de sus atletas, incluyendo a Carlos Castro, siempre batallaron en ese tema, y ya en la carrera por llegar a México ‘68, eso no desapareció sino recrudeció.

 

Habla el olímpico

 

El mismo Carlos Castro –ya fallecido- lo platicó en una entrevista que le realizó nuestro compañero José Luis Sibaja en el 2004 cuando visitó su hogar en Esperanza, Sonora, para recordar la hazaña que en ese entonces cumplía 36 años.

 

“Esperanza era un pueblo muy chico, poco se sabía de la importancia de unos Juegos Olímpicos, pero eso no me importó. Fue complicado acoplarse a entrenadores de otros países, era gente de gran calidad y aprendí mucho, sobre todo a perfeccionar la técnica”, dijo en esa charla.

 

Aunque, como buen sonorense, sacó la casta y con la ayuda intrínseca de su entrenador y del entonces estratega nacional de atletismo, el polaco Vladimir Puzio, fue ratificado como integrante de la cuarteta mexicana de relevos 4X400 junto con Melesio Piña (Nayarit), Salvador Medina (UNAM) y Javier Gardo (Jalisco).

 

“Mi familia se reunió en Esperanza para verme competir por televisión, tenía dos pases para entrar al estadio y se los di a mi profesor (Manuel Vázquez Hernández) que había viajado a la Ciudad de México”, agregó en aquel entonces.

 

“Estábamos muy concentrados y preparados física y mentalmente. Dimos todo lo que teníamos y llegamos en tercer lugar, pero calificaron los dos primeros, aun así, fue un momento grande, inolvidable”, narró en esa entrevista de hace 14 años.

 

Los incondicionales

 

Don Manuel reconoce, 50 años más tarde, que para convertir su ficción en realidad  hubo muchas personas que pusieron su granito de arena en el camino hacia lo que parecía increíble.

 

“Después de que salí de la Normal llegué a Esperanza e iniciamos un equipo de atletismo (llamados los Venados) de la nada y fue tan exitoso que pasamos fronteras; también estaba Edmundo Medina, quien lanzaba jabalina y era muy bueno, y de igual manera casi llega a ser olímpico ese ‘68, incluso tuvo el récord mexicano que logró en los Juegos Panamericano de Winnipeg 1967, en donde quedó cuarto lugar; además de José María Torres, otro recio corredor”, señaló.

 

Pero el apoyo fuera de la pista también fue clave, como el de su cuñado Manuel Torres Anaya, quien trabajaba en la empresa Anderson Clayton, y ayudaba a fabricar jabalinas y discos, de una manera muy rudimentaria, pues en esos tiempos no eran fáciles de conseguir.

 

“Qué decir del doctor Antonio Romero Maciel, quien era un médico militar retirado pero antes de partir a cualquier competencia nos tenía listo un botiquín por si teníamos inconvenientes, siempre, en todo momento, estuvo al pendiente”, dijo.

 

Años después “cerró el círculo” cuando en una estancia en Hermosillo no desaprovechó la oportunidad de ver a la profesora Zoila Reyna de Palafox a que le platicó su hazaña y le recordó aquel momento en el que se rieron de su sueño.

 

La decana maestra después de felicitarlo le dijo unas sabias palabras que siguen retumbando en su mente: “A tu edad tú ya cumpliste tu sueño y yo aún no puedo hacer realidad el mío”.

 

A sus 79 años de edad Manuel Vázquez Hernández, quien nació en Rosario, Sinaloa, por azares del destino, debido a que su padre era militar, vivió su juventud en Magdalena y posteriormente pasó a radicar a Esperanza (1959) en donde vive felizmente al lado de Blanca Emilia Torres, con quien procreó siete hijos y ha sido su compañera y esposa por 54 años dentro y fuera de la pista.

 

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